La locura del poder
LA LOCURA DEL PODER
El menú por 10 soles provoca ira en los comedores populares y decepción en la mayoría, que solo espera el fin de su mandato.
Dina puso al gobierno en piloto automático. La corte de ministros, los halagos y las mieles del poder la tienen embelesada. La transición de Otárola al premierato era un paso obligado: el salvador del gobierno se había empoderado. Dina está encantada con el Despacho Presidencial, donde todos sus gustos son atendidos al instante. El presupuesto en alimentos se disparó como nunca, y la hora de las novelas turcas es sagrada.
Dina Boluarte es una abogada que trabajó durante 14 años en el RENIEC, encargada de la oficina registral de Surco. Sus aspiraciones no tenían mucha proyección: al ser elegida vice-presidenta, pidió que se le reserve su plaza para regresar a su puesto después de los cinco años de gobierno, pero la institución rechazó su solicitud.
En las elecciones municipales de 2018, candidateó al sillón municipal de Surquillo, sin éxito. Siempre por Perú Libre, intentó ser congresista en las elecciones de 2020, tras la disolución del Congreso firmada por Martín Vizcarra. A pesar de ir con el número 4, solo logró 4,827 votos. Perú Libre no pasó la valla, obteniendo apenas el 3.4% de votos válidos.
Su imagen creció como ministra del MIDIS. Allí comenzó su coqueteo con el poder. Una caravana de vehículos de protección y las reverencias propias de quien maneja un ministerio con fuerte presupuesto para programas sociales la tenían obnubilada.
En los correteos para un cambio de ministros, su nombre fue mencionado entre los posibles salientes, y ella rompió en llanto. Al ministerio llevó a sus amigos de confianza y a personas que su hermano Nicanor le recomendó. Así comenzaron las andanzas del «hermanísimo», que hoy lo tienen prófugo de la justicia.
Los intentos de vacancia a Pedro Castillo la posicionaron en la carrera por la sucesión presidencial. Una denuncia constitucional en el Congreso le quitaba el sueño, por lo que decidió convocar a Alberto Otárola como abogado defensor. Hoy se sabe, por confesiones de Yaziré Pinedo, su pareja, que este personaje compró votos de algunos congresistas para que la denuncia fuera rechazada en la subcomisión y archivada. Yaziré admitió haber colocado el dinero en sobres con los nombres de los legisladores.
Dina estaba lista para llegar a Palacio. Con la caída del chotano, los «hueleguisos» de siempre rondaban a la primera presidenta del Perú en la historia republicana. Otárola, con sus maniobras y dinero —que solo Dios sabe de dónde salió—, ya tenía asegurado el Ministerio de Defensa.
Dina puso al gobierno en piloto automático. La corte de ministros, los halagos y las mieles del poder la tienen embelesada. La transición de Otárola al premierato era un paso obligado: el salvador del gobierno se había empoderado. Dina está encantada con el Despacho Presidencial, donde todos sus gustos son atendidos al instante. El presupuesto en alimentos se disparó como nunca, y la hora de las novelas turcas es sagrada.
Keiko le prometió apoyo total a cambio de ministerios, y Acuña no perdió la oportunidad de asegurar su cuota de poder. Cuando una ministra fue cuestionada por el Congreso, Dina, tomando el teléfono, dijo: «Si quieres, llamo a Keiko y lo arreglamos». Una llamada de Acuña interrumpió el diálogo.
Cuando se destapó la complicada maraña de favores con Rolex y Cartier de por medio, parecía el fin de su reinado. Dina, retocada y tuneada, con su colección de vestidos, se convirtió en el salvavidas del Congreso de sinvergúenzas que no quieren perder ni un día de sueldo más bonos. Cuando convoque elecciones, sentirá el vacío de poder y la soledad.
El menú por 10 soles provoca ira en los comedores populares y decepción en la mayoría, que solo espera el fin de su mandato.