Iquitos, la Isla Bonita que sangra por la inseguridad
IQUITOS, LA ISLA BONITA QUE SANGRA POR LA INSEGURIDAD
La violencia desborda a la capital amazónica mientras las autoridades parecen mirar a otro lado. La ciudadanía reacciona, pero exige respuestas reales, no discursos vacíos.

Columnista invitado
Escribe: Agustín Ortiz Ramírez

Durante muchos años, Iquitos fue conocida como la Isla Bonita del Perú, un oasis de paz rodeado por los majestuosos ríos amazónicos, donde las familias podían disfrutar de la brisa en la vereda sin preocuparse por cerrar la puerta. Hoy, esa imagen pertenece al pasado. La ciudad se desangra lentamente por la creciente ola de inseguridad que ha sembrado el miedo, la indignación y el hartazgo colectivo.
La delincuencia ya no es una amenaza lejana: es una realidad que golpea todos los días y que ha generado una profunda conmoción social. En las últimas semanas, dos asesinatos atroces removieron las fibras más sensibles de la ciudadanía. No fueron casos aislados; fueron el detonante de una indignación largamente contenida.
Dos vidas segadas, una ciudad en duelo
El primero fue el caso de Luz Mariana, una joven de 21 años que trabajaba en un grifo. Fue asesinada por delincuentes que buscaban el canguro donde guardaba el dinero del día. Su muerte fue brutal, injusta y absurda. Una vida joven, trabajadora y honesta, extinguida por unos cuantos soles.
El segundo fue aún más simbólico: Raúl Celis, periodista crítico y respetado, fue asesinado por sicarios mientras se dirigía a su centro de trabajo. Con él, callaron una voz valiente que denunciaba lo que muchos callan. Fue un crimen con un mensaje, y la ciudad lo entendió perfectamente: aquí, nadie está a salvo.
El Estado ausente: una herida que no cierra
Lo más doloroso no es solo la pérdida, sino la respuesta tibia e ineficaz de las autoridades. Iquitos no solo enfrenta delincuentes armados; enfrenta también a un sistema que no actúa, que no protege, que no previene. La sensación de abandono es total.
No hay presencia policial suficiente en las calles. No hay inteligencia operativa para desarticular bandas. Los centros de diversión nocturna, en muchos casos, son refugio de delincuentes que operan impunemente. La informalidad se ha vuelto el disfraz perfecto para el crimen organizado. Y el miedo ya cambió de lado: ahora lo sentimos los ciudadanos.
Ciudadanía que despierta, políticos que sobreactúan
Frente al desgobierno, la ciudadanía ha reaccionado. Se ha convocado a una marcha multitudinaria por la seguridad. Es una respuesta valiente, necesaria y legítima. Pero también es una advertencia: la paciencia del pueblo se acabó.
Lo que la gente exige no son promesas. No quiere más comunicados vacíos, ni funcionarios que se cuelguen del dolor ajeno para hacer campaña. El mensaje es claro: si no van a actuar, que se hagan a un lado. Iquitos no puede esperar más.
Lo que se necesita: acciones reales, no pañitos de agua tibia
Las soluciones existen. No son complicadas, pero sí requieren voluntad política y firmeza:
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– Declarar estado de emergencia en la provincia de Maynas, con acciones concretas y objetivos medibles.
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– Presencia policial permanente y visible en zonas críticas.
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– Intervención de locales nocturnos y control de actividades informales asociadas al delito.
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– Operativos contra redes de extorsión, robo y sicariato, que ya operan como mafias organizadas.
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– Y sobre todo, una estrategia de inteligencia criminal sostenida, no improvisada.
Sin eso, la sangre seguirá corriendo, y la indignación crecerá. Porque Iquitos ya no tolera más excusas.
¿Qué esperan para actuar?
Hoy, la ciudad no está pidiendo favores. Está exigiendo lo que por derecho le corresponde: vivir sin miedo, trabajar sin ser asaltado, opinar sin ser asesinado. Esta es una responsabilidad compartida, pero la carga mayor recae sobre quienes tienen poder para cambiar las cosas.
Si el alcalde, el gobernador y las autoridades policiales no asumen esa responsabilidad, que no esperen comprensión en las urnas el próximo año. El pueblo ya despertó. Y no olvida.
Iquitos puede volver a ser la Isla Bonita
La historia de esta ciudad no tiene por qué terminar en tragedia. Iquitos puede recuperar su alma, su paz, su dignidad. Pero para eso, se necesita decisión, coraje y compromiso real con la seguridad ciudadana.
Volvamos a la Iquitos donde podíamos salir sin miedo. Donde el viento amazónico era sinónimo de calma, no de advertencia. Aún estamos a tiempo, pero cada día que pasa, la herida se hace más profunda.